domingo, 6 de febrero de 2011

EL TEMPLO DE MELKART (I)


Se sabe que en el Cádiz de la antigüedad existieron tres santuarios dedicados a Astarté o Venus Marina, Baal o kronos y Melkart o Hércules. Este último fue el más importante y trascendente en la historia de Cádiz. Se fundó a la vez que la ciudad pero su existencia fue mayor, ya que su culto se siguió celebrando cuando Gadir era un montón de ruinas, según una cita de Avieno de finales del siglo IV a.C.

Aunque el origen de Melkart fue agrícola, el carácter comercial de los habitantes de Tiro hizo que los navegantes lo tomasen como “protector de la navegación y el comercio”. Por estos motivos fue elegido patrono de Gadir, concepto que llega hasta nuestros días y pervive en la tradición popularmente conocida que señala a Hércules como fundador de Cádiz.


La relevancia del santuario de Melkart según Pomponio Mela radicaba en que allí estaban depositadas las cenizas del dios Hércules, lo que había llevado a la ausencia de imágenes o representaciones del mismo y donde ardía un fuego perenne. Pomponio Mela lo describe como un lugar suntuoso propio de la tumba de los huesos de Hércules.

Otra antigua y conocida leyenda era la existencia de una gran torre sobre la que se situaba una magnífica estatua de Hércules. Así la describen también los árabes cuando pisan estas tierras para conquistarlas, hablan de una torre cuadrada en un desierto de arena a orillas del mar, cuyos cimientos eran tales como la altura de la torre, formada con grandes sillares de piedra colocados de formas admirables y unidas por medio de anillos o ganchos de bronce. Incluso algunos citan que su altura era de 100 codos. En la cima de la torre, un ancho pedestal de 4 palmos de diámetro, sostenía una enorme estatua del dios Hércules, labrada en bronce y cubierta por una capa delgada de oro. La estatua representaba a un hombre con cara cubierta con espesa barba, cabello tosco y levantado al viento, con un mechón sobre la frente. Vestía una túnica con remates cogidos en el brazo izquierdo. En sus pies, unas sandalias y en el brazo derecho sostenía erguido el bastón largo de unos doce palmos, en cuyo extremo se abria en forma dentada tal y como si fuera una clava. En esta misma mano mantenía un candado y unas llaves, como quien quiere indicarnos que es el poseedor de abrir las puertas del mar de más allá.

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